Gana América sin penal, pese a gol anulado, con otro polémico y golazo
CANCÚN, QRoo, 26 de noviembre de 2020.- Los hombres inventaron el adiós porque se saben de algún modo inmortales, aunque se juzguen contingentes y efímeros, decía el escritor argentino Jorge Luis Borges y es la frase que semeja más a su compatriota Diego Armando Maradona.
La Pelusa, el Pibe, La Cebollita, el hombre quizá no tan perfecto como Pelé pero, sin duda, el futbolista de polémica y pasiones que logró unificar y hacer feliz a Argentina, cuando vivía una de las situaciones históricas más difíciles.
Era 1994. Junio. Massachusetts, y en el campamento de la Albiceleste, a las afueras de Boston, pululaban reporteros, todos acreditados en el mundial de futbol de Estados Unidos.
Una pequeña reja nos separaba de la cancha, donde los grandes astros por fin habían terminado su entrenamiento.
Éramos fácil tres filas a todo lo largo del terreno de juego. Unos 200 o más.
¡Equipazo!, el portero Sergio Goycochea se quitó los guantes, se limpió la frente, medio saludó a la prensa y se fue.
Así pasó Claudio Caniggia, luego el goleador Gabriel Batistuta y le siguió Oscar Ruggeri que solo bajo la cabeza y caminó, casi todos ya habían abandonado la cancha.
Pero esta vez a ningún periodista le importó, porque todos estaban atentos a lo que hacía él. Sí, atentos a Diego Armando Maradona.
Con su gran melena negra, inconfundible, se puso de frente a los reporteros hasta allá, donde se cobra el tiro de esquina.
Con calma, una gran sonrisa y mucha, mucha paciencia, comenzó a atender a uno por uno.
Daban ganas de moverse, pero si lo hacías, algún compañero tomaba tu lugar y te tocaba quedar más atrás. De puntitas apenas si se le veía.
Diego Armando Maradona, el Pibe, el 10, más que entrevistas, esa tarde dio autógrafos, todos los reporteros le saludaban y en lugar de escribir o grabar —con esas grabadoras grandes y pesadas que parecen ladrillos—, le daban la libreta para que les dedicará su autógrafo.
Y, con esa humildad de verdadero grande, Diego se desbordó…
Había africanos holandeses, españoles, alemanes, ingleses, italianos… y por supuesto mexicanos.
Tardó en llegar hasta nosotros, que estábamos cerquita de media cancha, unos 35 minutos, pero lo hizo ¡por fin! y lo tuvimos frente a frente, y él siguió firmando y respondiendo con esa sonrisa que arrugaba sus mejillas y mostraba ya sus incipientes patas de gallo.
Sin prisa y con pausa respondió quizá las mismas preguntas que ya le habían hecho hacía unos minutos. Tomó la libreta, la pluma y plasmó su firma.
Wow, el único autógrafo que he pedido en mi vida y que aún conservo con especial cariño desde hace ya más 26 años…
Media embobada, la verdad, podía sentir su carisma, cuando alguien me tocó el hombro y medio me distrajo:
–Ves que sencillo es el Pibe, presumía orgulloso nuestro compañero de El Clarín, que creo fue el único que no acercó la libreta.
Lo escuché lejana y por educación asentí, pero mi mirada no dejó de seguir al futbolista considerado entonces el mejor del mundo: chaparrito, poquito panzón, con unas piernotas y bien delineados muslos.
Algunos compañeros de Diego, ya bañados y con pants, le miraban desesperados desde lejos, pero Diego ni siquiera los vio. Estaba atento a los reporteros.
Seguía autógrafo tras autógrafo.
Fiiiiiuuu se oyó, era el chiflido de su entrenador Alfio Basile, que logró hacerlo voltear.
Estaba ya con el último reportero, le dio la libreta y corrió hasta donde estaba su técnico. Se nos perdió. Fue su último entrenamiento mundialista.
–Así es el Pibe, nos reiteró con admiración el enviado de El Clarín, pero más con cariño, con ese cariño que no se compra, que se gana para siempre.
Fue Diego el héroe del barrio pobre, el criticado, el genial, el que siendo el mejor siempre fue el malquerido de Joseph Blatter, a quien siempre se le seguirá acusando de verdugo, de haber hecho un complot para expulsarlo de EU 94.
Porque Blatter siempre se ufanó desde ese entonces, en que fue él quien lo dejó fuera del Mundial y eso los hinchas no lo perdonarán nunca.
Fue el Foxboro Stadium su tumba mundialista, el mismo coso donde anotó su último gol de copa del mundo ante Grecia.
Argentina ganó a Nigeria y una rubia de blanco condujo a Maradona a la prueba antidoping.
El presidente del Comité Organizador era en ese entonces Guillermo Cañedo y cuando se supo el resultado de la prueba, trascendió que el verdugo Blatter decidió de inmediato la sanción siendo secretario general de la FIFA, João Havelange, el presidente, como Pilatos, se lavó las manos.
Justa o no, su ida del Mundial no solo afectó a Argentina, que fue descalificada, desangeló esa copa del mundo, porque no muchos se acuerdan que fue Brasil el campeón ni que le ganó a Italia, pero sí recuerdan que fue el último para Diego Armando Maradona.
Porque si no mueren las almas, está muy bien que en sus despedidas no haya énfasis, palabras de Jorge Luis Borges, que coinciden también con la sorprendente ausencia física de Maradona, que este 25 de noviembre se nos fue y alinea ya en el cementerio Jardín Bella Vista, de Buenos Aires, Argentina.
Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Quadratín Quintana Roo.
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