Tendrá Cancún futbol internacional este sábado
CANCÚN, QRoo, 30 de diciembre de 2019.- Siempre fue un ejemplo para sus compañeros y contrarios. Su gran sonrisa con hoyuelos, su enorme sencillez y esas manos grandes con dedos deformados — como artríticos– por tanto contacto con el balón, que lo mismo firmaban con dificultad autógrafos que daban una palmada confortable, hicieron de Miguel Marín un baluarte del futbol mexicano, ya que su calidad como portero es indiscutible y aún a 28 años de su muerte se le recuerda con respeto y con cariño.
Su intervención en el futbol mexicano no fue fugaz, permanece la añoranza, es imborrable en la memoria del mundo deportivo.
Fue, sin duda, el mejor cancerbero extranjero que ha militado en el futbol mexicano, un arquero que siempre defendió el marco del Cruz Azul y encendió en los niños, ese deseo de ser portero, mucho antes que los mexicanos Jorge Campos o Guillermo Ochoa.
Y lo hizo con su tesón y respeto a su profesión y un gran cariño y gratitud a México.
El lema de Miguel Marin Acotto cuando jugador activo y aún después fue el de vivir para el futbol y no del futbol, lema que logró plasmar en el terreno de juego durante 10 años de trayectoria intachable.
Debutó defendiendo los colores de la Máquina tres días después de su llegada a México, un 25 de diciembre de 1971, en el estadio Jalisco, en Guadalajara, en un juego contra las Chivas, equipo al que le ganaron los cruzazulinos 2-0, en un partido en el que demostró el por qué Raúl Cárdenas y Guillermo Álvarez Macías (qepd) habían insistido tanto al promotor español Casildo Osestrajo traerlo a México, luego de una larguísima transacción que duró de junio a diciembre de ese año, con la directiva del equipo argentino Vélez Sarsfield.
Con Miguel y las contrataciones del chileno Alberto Quintano y del paraguayo Eladio Vera, aunados a una excelente camada cementera, empezó la mejor época del Cruz azul que consiguió los títulos de campeón de liga 71-72, 72- 73, 73-74, 78- 79 y 79-80, la copa de Campeón de Campeones y el campeonato absoluto de la Concacaf.
“México ha significado mucho para mí y sobre todo su gente, esa gente a la que le debo todo porque hubiese querido despedirme de ella jugando, desafortunadamente mi carrera se vio truncada en tiempo lo que me dejó cierta tristeza, pero a pesar de eso me siento orgulloso ya que siempre quise entregar lo mejor de mí en mis actuaciones y pienso que lo logré al nunca ser tacaño con el futbol”, nos dijo Miguel Marín en una entrevista realizada en enero de 1989.
“Pienso que el haber amado mi profesión y haberme desenvuelto en lo que quise, porque siempre jugué por gusto no por obligación”,
fue una de las claves de su éxito.
Como técnico quería poder enseñar “lo mucho que aprendí en mi carrera deportiva”.
Pero qué cualidades debe poseer un técnico, se le preguntó a Miguel Marín en ese entonces:
“Lo primordial luego de las experiencias que he tenido, es saber escuchar, transmitir los conocimientos y mantener una relación de confianza y respeto en el grupo, al igual que disciplina, convencerles de que es necesario ser en alma y cuerpo profesional, defendiendo la categoría de la profesión y nunca olvidar que la creatividad es parte esencial del futbol y saber dominar la pizarra, como Osvaldo Zubeldía y Carlos Grigol, viejos zorros y maestros de Carlos Bilardo y Miguel Ángel López”.
Pero para triunfar, continuó Miguel Marín, “no solo se necesita tener cualidades, sino también un equipo y una directiva que te apoye, porque aún siendo experimentado, los resultados influyen y hay veces que las cosas no salen y te votan, ahí lo ingrato de esta carrera”.
Al preguntarle cuáles fueron sus mejores experiencias al frente de Cruz Azul, Miguel sonrió y explicó que en el caso de la Máquina “me precipité tal vez por el cariño que le tengo al club y por no fallar a don Ignacio Trelles, que me sugirió ante la directiva”.
En Toros Neza “existía material pero faltaba experiencia, un trabajo más bien a largo plazo, pero de todo se aprende”, nos comentaba Miguel Marín.
La verdad es que en el futbol la victoria no la tiene nadie, ya que evoluciona en un constante dominio y cambio de técnicas y tácticas, sin embargo un jugador ante esa evolución no solo debe cubrir una posición sino todas en un sistema de atacantes y defensivos, reflexionó.
Miguel Marín recordó que desde que tenía siete años de edad cuidó la portería, en Villamaría de Córdoba, Argentina; a los 12 años participó en un torneo de socios, en Rosario, donde conoció a Federico Spinosa, quién le ayudó a enrolarse en el Vélez Sarsfield donde debutó a los 18 años, sustituyendo a Rogelio Domínguez, que se distinguió por ese pase espectacular al Real Madrid, en 1964.
Miguel participó en la Selección Olímpica que jugó en Tokio, Japón, y fue campeón en el Vélez Sarsfield antes de venir a México.
“En Argentina viví un tiempo de aprendizaje, pero Cruz azul me dio el reconocimiento y el de una afición que me llena de orgullo, tuve ofrecimientos del Monterrey, del América, del Valencia y del Sevilla, pero decidí seguir en el club que me dio muchas satisfacciones, tengo la certeza de que me realicé plenamente, aunque admito como frustración, el no haber actuado en un mundial por haber venido a México, pero no me arrepiento porque el deseo de ser futbolista superó eso”.
El Gato, el Supermán Marín, de pronto calló al recordar la causa de su retiro, arrugó su frente, sus deformadas manos se unieron, prosiguió:
“Mi despedida quizá no fue de la forma en que yo hubiese querido, al sufrir ese desvanecimiento que luego se dictaminó como un pequeño infarto, fueron momentos dolorosos para mí que afronte gracias al doctor Eduardo Salazar, pero ese homenaje que recibí el 6 de junio de 1981, curó toda herida, todo dolor”.
Ese sábado Miguel Marín dijo adiós al futbol activo con un lleno en el estadio Azteca, impresionante a pesar de la torrencial lluvia que cayó. Fue una tarde gris en la que el público le cantó Las Golondrinas, canción que Miguel de lo emocionado que estaba nunca oyó, pero sí lo conmovió el último aplauso prolongado de la afición, vestido de portero:
“Alcé los brazos respondiendo a las muestras de cariño y cuando me iba volvieron a aplaudir, regresé al mediocampo y simbólicamente jugué, fue una experiencia indescriptible, la más hermosa de mi carrera. Como portero triunfé, ahora como técnico solo el tiempo lo dirá aunque no hay mejor juez que valora el trabajo de una persona que uno mismo”.
Dijimos adiós a Miguel Marín, pero el Gato de enormes facultades, que hizo vibrar de emoción a su afición, único como ese autogol que se metió en un partido contra Atlante, se murió un par de años después, un 30 de diciembre de 1991.
Fue un hombre, jugador, esposo y padre ejemplar que a 28 años de haber partido es recordado con admiración, respeto y mucho cariño.
Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Quadratín Quintana Roo.
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