Visión financiera
Diez de junio: no caer en la provocación y aplicar protocolos
Teresa Gil
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En doble juego, opositores están utilizando el recurso de la provocación para culpar al gobierno actual y a su partido. Lo hemos visto y acabamos de ver en CDMX, en donde grupos encapuchados y provocadores destruyen a su paso, usando como pretexto la agresión a una joven. Esta ya había sido devuelta sana y salva a su casa y los dos presuntos agresores, detenidos.
Y por otro, el caso de Enrique Alfaro que acusa sin pruebas a autoridades capitalinas, de urdir una protesta legítima sobre la que si se tienen pruebas: el asesinato de un albañil.
Se está tomando el ejemplo de utilizar represiones muy conocidas en el país, como las de octubre de 1968 y la de junio de 1971, para culpar gobiernos, sin deslindar las diferentes formas de actuar.
Las condiciones en el mundo, además, con el asesinato de George Floyd por la policía, en Estados Unidos, son propicias para que haya protestas, pero también para que algunos aprovechen para crear disturbios y meter provocadores. Las historias de represión en México durante los gobiernos priístas, se quieren utilizar ahora, para lanzarse contra gobiernos que no se ajustan a esa definición. El más agredido ha sido el de Claudia Sheinbaum, ante la postura de su gobierno de no utilizar protocolos. Las condiciones de violencia que han generado protestas sobre todo por los afectados en la destrucción de bienes, han producido gastos públicos innecesarios y demandas para que se apliquen protocolos internacionales que cubran la línea frágil entre lo justo y lo represivo. El editorial de La Jornada lo planteó en ese sentido el pasado 9 de junio, ante los desmanes violentos del día anterior. Es necesario parar a los abusivos que utilizando la postura prudente de las autoridades, roban, rompen y queman bienes públicos y privados muchas veces con el uso de capuchas.
Palabras y acciones políticas, también producen provocación violenta.
El tramo por el que atraviesa el país, sin mencionar al Covid, aunque influye, se expresa ante todo en la polarización verbal y las intrigas secretas. Estas salen a la luz ya preparadas como es el caso de los golpistas que suelen anidar en el diario Reforma o salen de Soriana o se exhiben en organismos como Mexicanos en contra de la Corrupción y la Impunidad o el Frente Nacional AntiAMLO y en los siete gobernadores que apoyan a Alfaro. Estos se reunieron en Comala a fines de mayo de una manera muy clásica: fueron a buscar al cacique que les da paternidad, aunque este, el señor Alfaro, los acompañaba. Una de las propuestas en esa reunión, evidencia los verdaderos fines de su rebeldía: proponen modificar el pacto federal en torno al fisco que desde luego los beneficiaría en contra de los recursos federales. Quieren de hecho ser autónomos en ese aspecto y solo utilizar al poder federal cuando les convenga. Creen que el legislador del 17 era un retrasado. Mientras la junta se desarrollaba, una multitud colimense protestaba afuera por el gasto desenfrenado que los señores estaban haciendo. De ahí han salido cartas perentorias y aspavientos posteriores que se juntan con el palabrerío que se desfoga a diario en notas y comentarios.
Esos miles y miles de caracteres y palabras lanzados al viento, generan una violencia similar o peor, a la de los provocadores que se meten en las marchas. Son también una provocación más directa, porque tienen nombres y firmas.
La impunidad sobre el diez de junio, alienta a provocadores.
Todos sabemos que aunque hubo señalamientos y nombres y renuncias, el crimen brutal contra 120 estudiantes que protestaban el 10 de junio de 1971, ha quedado impune. Se intentó que se fincara jurídicamente la culpa del ex presidente Luis Echeverría, pero fue en vano. Cuando había todas las evidencias fue exonerado por una juez, en 2009. A diferencia de los sucesos de 1968, los de 1971 no han generado mucha literatura. Pese a que fue la causa de la radicalización de muchos de los que participaron en aquella marcha y fueron agredidos también en el Casco de Santo Tomás. Eso llevó al oscuro período de la guerra sucia plenamente declarada por Echeverría, en la que fueron masacrados decenas y decenas de jóvenes que pedían otro tipo de país. Eso duró hasta 1976.
Al cumplirse los 10 años de la muerte de Carlos Monsiváis el 17 de junio, recordamos que él escribió sobre el tema aunque en el libro que tenemos a la vista Los mil y un velorios (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes 1993), más bien hace un recorrido sobre la muerte en general en México, la nota roja y el deslinde oficial de los gobiernos cuando se trata de crímenes que preservan su poder.
Son ejemplos de ellos el 68 con Díaz Ordaz y el 71 con Echeverría, también involucrado en el primero. Pero hay otro igual de recordado y que acaba de conmemorarse, el de Manuel Buendía, el 30 de mayo de 1984 y que menciona Monsiváis. Él habla del olvido que hacen las grandes mayorías de esos crímenes y desde luego del poco interés en desentrañar la verdad.
En el caso del periodista, dice que se culpó a un segundón, pero los verdaderos estaban más arriba. Así sucedió en los casos del 68 y el 71, los verdaderos instigadores con la fuerza del poder, estaban más arriba y quedaron impunes; aunque la historia los ha hecho jiras y los mandó a rejuntarse en su propia basura.
Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Quadratín Quintana Roo.
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