CANCÚN, QRoo, 21 de octubre de 2019.- Mony y Marin tenían poco más del mes de nacidas cuando entró el huracán Wilma a Cancún. Sus madres compraron la noche del martes 18 de octubre de 2005 un bote de leche y, con trabajo, consiguieron dos garrafones de agua cada una, porque la recomendación era que las familias se refugiarán ante la embestida del monstruo que sería categoría cinco el miércoles 19 de octubre.

Ese 18 de octubre, el entonces gobernador de Quintana Roo, Félix González, alertó de la peligrosidad de Wilma, por televisión abierta mostró el tamaño del huracán. Imágenes que impactaron y atemorizaron a la ciudadanía.

Mientras muchos hombres con premura resguardaban sus ventanas con tablas o costales de azúcar, las mujeres se dedicaron a conseguir víveres. Eran largas las filas en los supermercados.

En Quintana Roo, tras Janet que inundó Chetumal, y Gilberto, que devastó Cancún, la cultura de prevención de huracanes se arraigó, pero aún así apanicó que se acabaran el atún, el pan, las galletas, el agua, la fruta, las velas, los cerillos…

Wilma acarició con sus vientos de huracán, ese miércoles 19 de octubre, la zona norte de Quintana Roo, y tiró de jalón, postes de luz y dobló la torre de Radio Ayuntamiento en tan solo minutos.

Con pocos móviles modernos con Internet, y poca pila, los quintanarroenses se quedaron incomunicados.

Wilma fue el vigésimo primer huracán de la temporada en el Atlántico, el cuarto de categoría 5; fue también considerado en 2095 el décimo ciclón tropical más intenso registrado en el mundo.

Inundó casas, tiró y secó árboles, rompió cortinas metálicas, dobló barras de metal y cemento en la Gran Plaza, apenas en construcción.

Tiró techos de gasolineras y centros comerciales, bardas, se llevó palapas, tronó una rotativa de millones de pesos…

Su poder unió el mar de Cancún con la laguna Nichupté y la foto de Plaza Forum de su zona hotelera y el titular de “Se acabó Cancún”, recorrieron el mundo.

Muchos cuentan como bolsas, perfumes y ropa de marca, carísimas, iban y venían con las olas, pero eso lo sabía el resto de México y el mundo: los cancunenses y los turistas que no se pudieron irse del destino o fueron resguardados en hoteles y escuelas que fungieron como albergues, permanecieron en el desconcierto porque Wilma con esa trayectoria errática fue lento.

La furia del mar se escuchaba a más de 20 kilómetros de la costa, la lluvia sabía salada. Volaban láminas, botes, cables de alta tensión, era peligrosa la calle.

Wilma llegó a alcanzar los 295 kilómetros por hora, con una presión mínima de 882 hectopascales, es decir, no había estabilidad y los vientos en ve funcionar como un ventilador, trabajaban como aspiradora.

El fenómeno que ya había afectado a Jamaica, Haití, Islas Caimán, Honduras, Nicaragua, Belice, siguió con furia por la Península de Yucatán, luego pasó por Cuba, Estados Unidos, Bahamas y llegó hasta las provincias atlánticas de Canadá.

Varias veces tocó tierra y se contabilizaron 47 decesos y daños por más de mil 752 millones de dólares en su trayecto. Ha sido uno de los más caros del mundo.

La noche del jueves 20 de octubre de 2005, el ojo del huracán tocó tierra en la Península de Yucatán, con vientos superiores a los 230 kilómetros por hora y rachas de hasta 285.

Primero pasó por la isla de Cozumel donde poso su ojo, destrozó la ciudad y gran parte del malecón. Wilma decidió recorrer la Península de Yucatán con una velocidad de traslación de siete kilómetros por hora, en dirección noreste. Su paso fue desesperadamente lento, angustiante.

El presidente de México era Vicente Fox y estaba de gira por Nayarit: “México entero está con Quintana Roo y con Yucatán. Serán un par de días difíciles, pero estamos muy pendientes de que no les falte nada, muy atentos para atender a esas miles de personas”, dijo a los medios, pero las familias de Cancún ni se enteraron, se cortó la energía eléctrica por precaución desde el 19 de octubre.

Mony y Marin casi no tenían ya leche. Sus familias se acaban las provisiones y era más que desesperante no poder ni asomarse porque la presión del huracán era peligrosa al abrir puertas o ventanas.

En Quintana Roo se calcularon, entonces, unas 533 mil personas afectadas. El huracán había obligado a suspender toda la navegación, la circulación carretera y el tráfico aéreo.

Cancún, en ese entonces tenía unos 850 mil habitantes, algunos de los cuales apoyaron a turistas y trabajaron durante el huracán, lejos de sus familiares.

De pronto dejó de llover. Será el ojo, ya se fue, todos se preguntaban.

Pero nuevamente azotó su furia, y fue hasta el domingo 23 de octubre de 2005, cuando muchas familias cancunenses se percataron del desastre al poco a poco abrir puertas y ventanas. Las paredes de sus casas estaban llenas de moho.

En Cancún ya nada era verde. Los árboles que resistieron, sin ramas, estaban secos. No había transporte, ni servicio de luz para suministrar agua potable.

Los centros comerciales habían sido saqueados la noche del sábado 22 de octubre de 2005. Había miles de damnificados.

La destrucción era enorme, sobre todo en la zona hotelera. El gobernador Félix González calificó entonces a Wilma, como el peor desastre en la historia de Quintana Roo.

La Marina confirmó que cuatro cadáveres fueron arrastrados hacia al sur en la destruida avenida Rafael Melgar, de Cozumel, y otro, en Plaza Punta Langostas.

Se destruyó el muelle en Cozumel y 27.5 por ciento de las 287 mil 532 líneas de Telmex no funcionaban.

Vicente Fox ordenó un puente aéreo desde Ciudad de México; Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, y Villahermosa, Tabasco.

No había botes de leche para Mony y Marin, mucho menos agua potable, víveres, medicina para todos.

Poco a poco llegaron los soldados y montaron puestos de guardia y comedores con alimento caliente.

La Secretaría de la Defensa envió dos aviones Hércules de 15 toneladas cada uno a Chetumal, cargados con láminas para reconstruir viviendas.

Otros cuatro llevaron agua embotellada y comida para los albergues.

No se hizo esperar el apoyo nacional e internacionales, mientras los rumores de hordas que asaltaban casas, hicieron que jefes de familia, por las noches, encendieran fogatas y cuidaran a sus seré queridos y pertenencias los días posteriores a Wilma.

Solo una tienda funcionaba: el Soriana de la avenida Kabah, y tras el pillaje en Walmart del centro, soldados solo dejaban pasar a 10 personas por ciertos minutos al supermercado, eran largas y lentas las filas, ir a comprar ahí eran horas y horas. Un paquete de sopa costaba 30 pesos y un tubo de galletas 40 pesos, vaya que hicieron su octubre los dueños del supermercado ante la excesiva demanda.

La gente caminaba ante la escasez de transporte, gasolina y decenas de árboles tirados en calles y avenidas.

En zona hotelera Wilma devastó. Hubo olas hasta de ocho metros, se llevó la arena de las playas de Cancún.

Puerto Morelos, Playa del Carmen y Punta Allen estaban incomunicados ante los destrozo naturales y las inundaciones.

El sábado 22 de octubre, la gente comenzó el saqueo, fue un vergonzoso pillaje. Empapadas se llevaban televisiones, lavadoras, hornos de microondas… Elektra, Plaza Cancún 2000 y Las Américas fueron las más afectadas.

Cancún estaba irreconocible: postes de alta tensión y palmeras caídas, avenidas convertidas en ríos, bardas sobre vehículos, cristales rotos, puertas arrancadas por el viento.sudo

La zona hotelera sufrió el desbordamiento de la Laguna Bojórquez.

El hotel Riú estaba inundado hasta su tercer nivel, el Hilton Cancún había sido afectado en su estructura. El segundo piso de la tienda Sears de Plaza Las Américas tuvo pérdidas. El Hospital General se dañó y tuvieron que llevar los heridos a otro nosocomio.

En Playa del Carmen murieron sos menores de tres y 14 años de edad, por la explosión de un tanque de gas, mientras a un habitante de Cancún se le incrustaron los vidrios de una ventana.

La Armada de México rescató a 14 tripulantes de un navío que quedó varado en los arrecifes de Banco Chinchorro.

“Mucho de lo que se hizo en 50 años quedó destruido, pero nos vamos a recuperar rápido y a volver a ser un destino turístico de primer nivel”, dijo el entonces gobernador Félix González y así fue, con el respaldo federal y el apoyo de inversionistas mexicanos y extranjeros, con la actitud de empleados y quintanarroenses.

Meses después se reconstruyeron las playas.

Este 21 de octubre, Mony y Marin saben que hace 14 años entró Wilma a Quintana Roo, que esos días lloraron de hambre, que sus familias sufrieron daños en sus casas y sus papás de la desolación pasaron a la desesperación y luego, meses después, vino la calma.

A 14 años, de aquellos que lo vivieron y lo sufrieron nadie quiere que venga otro Wilma a Cancún. Pero pasan los meses y la gente sabe que con la destrucción de manglares y el cambio climático, el peligro aumenta y está latente.