Visión Financiera
El 28 de agosto fue día de los adultos mayores o día de los abuelos en México…
Pero qué tiene que ver eso con el motociclismo, pues les diré que mucho:
Hay decenas de motociclistas que son adultos mayores y de los cuales los jóvenes hemos aprendido demasiado.
Pablo Zuñiga Ruelas es un motociclista que conocí cuando llegue a Cancún, hace ya casi cinco años, me recibió como de la familia integrandome en ella, desde ese día he sido como un agregado cultural en su casa, la cual se ha convertido en casa de mamá en donde me he sentido protegido y apoyado.
Pero él, sobre todo, ha sido mi consejero, mi amigo, mi apoyo, me ha orientado sobre el cuidado de mis motos, sobre dónde o qué comprarles, incluso fue el cómplice perfecto para hacerme de mi Gorda, esa Roadstar 1700 en la cual distraigo mis penas.
Pablo es mejor conocido como Doggy, recuerdo que la primera ocasión que salí a carretera en Cancún fue en una Goldwin 1200 del 84, un avión hermoso, blanca cual paloma, Doggy y su esposa Ene, me llevaron a desayunar a Tulum, a un lugar llamado el Camello, se imaginan esa primer salida, la emoción, las ganas de sentir el viento, la necesidad de velocidad después de llegar a la tierra en donde encontré cobijo.
Esas dos horas de camino fueron maravillosas, claro, sin curvas donde recostar la moto, el calor y la humedad que nunca había sentido, pero en fin, la compañía era lo importante.
Años más tarde viajamos rumbo a Chetumal, celebrábamos varios años de pertenecer a nuestro MC 69 Ovejas Negras, y sucedió una de las mejores pláticas que he tenido con un motociclista, una lección de vida que me enseñó que es cierto que el hombre sabe más por viejo, y aunque al Doggy le quedan todavía muchas millas por rodar, es un viejo lobo de mar…
“Un motociclista no es el que llega primero, el que rueda más, el que se siente motociclista, un verdadero motociclista es el que disfruta el viaje, el que no sabe a dónde va, pero sabe que es para delante, es el que saluda con el corazón, el que no le tiene miedo a la tormenta y siempre está dispuesto para ayudar”, me dijo.
Cada vez que escucho que alguien presume sus viajes o sus kilómetros me acuerdo de sus palabras y sonrió, pensando en cuántas veces lo vi callar sus miles de viajes.
Otro de esos grandes abuelos motociclistas es Carlos El Profe Peña, vallartense de corazón, a quien conocí por medio del motoclub y que siempre ha sido un referente en el motociclismo nacional, un tipo alto, delgado, con una barba blanca larga como su experiencia, un hombre que al verlo conducir su moto te das cuenta que máquina y cuerpo son lo mismo.
Un hombre que no precisa de presumir en dónde ha estado, ni con quién ha compartido sus mejores historias, aunque sabemos que son de rutas, carreteras, accidentes, encuentros en donde conviven: Guadalajara, León, Mazatlán, Ostotipaquillo, Cadereyta, Monterrey, Cancún…
Siempre tiene una historia a bordo de la moto.
Hasta aquí son dos viajeros que me han enseñado que la motocicleta tiene alma y corazón, que vibra con nuestros sentimientos y emociones.
Contrario a lo que muchos dicen, este no es un deporte solitario, los dos llevan consigo a sus esposas, abuelas especiales y diferentes.
Dicen que un abuelo motociclista es como un abuelo normal pero más divertido.
Tengo el honor de conocerlos, pero sobre todo el honor de haber podido rodar con ellos, porque de ellos he aprendido las enseñanzas de controlar la moto, de frenar, de viajar en formación, de saber que hay una mano siempre disponible para apoyarte.
Mención aparte merece José Vita, un abogado y profesor retirado de la UANL, quien al llegar al fin de sus días como profesor, compró una Vespa, habló con sus hijos y junto con su esposa decidió surcar las carreteras de México y disfrutar de la vida junto con su esposa.
Cuando conocí a don José me sorprendió que haya surcado el país de norte a sur en una moto que no está diseñada para eso, pero él me dejó claro que ni la edad ni la cilindrada son pretextos para no viajar, para no ser felices.
“Esto lo hacemos porque podemos, porque queremos, porque nos gusta viajar, y si nos ven en el camino que nos saluden, porque la vida es para disfrutar”, me comentaba hace unos años.
Veo a grandes hombres, de edad madura haciendo lo que millones de jóvenes quieren hacer: viajar, rodar, conocer, sentir la emoción. Observo en sus ojos el disfrute, mucho más porque son conscientes de sus limites y deseos.
Abuelos y abuelas que sorprenden a sus hijos y a sus nietos.
A mi abuela que está en el cielo le digo que la quiero, y agradezco que me haya puesto en el camino a estos cómplices, a estos compañeros de ruta.
Porque la felicidad se mide en abrazos ¡Hasta el próximo abrazo y excelentes rutas!
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