Uso de razón

Lo que se planea mal es imposible que salga bien. Eso que parece tan sencillo, no lo quiere aceptar el presidente López Obrador.

No lo acepta porque a lo largo de más de treinta años de vida pública nunca ha admitido un error. Menos si son varios.

Él siempre tiene otros datos, ya sea en resultados electorales que le son adversos, seguridad, economía, inversión, empleos… Es decir, se mueve en una realidad paralela y de ahí no lo sacan.

Ahora quiere convencernos que el crecimiento de la economía, inferior al uno por ciento, es mejor que el dos, tres o hasta cuatro por ciento de los gobiernos “neoliberales”.

No lo va a sacar de esa realidad alterna el nuevo secretario de Hacienda, que el día de su nombramiento dijo que no ve una recesión “ni remotamente”.

En dos días les cayó la realidad encima: Bank of America-Merryl Linch estimó que México habría entrado ya en recesión.

Un integrante de la junta de gobierno del Banco de México, citado el viernes por El Financiero, indicó que “los datos de crecimiento de los últimos dos trimestres y los indicadores coincidente y adelantado de la economía sugieren ya una posible recesión”

Dejemos a los expertos discutir si estamos en recesión o al filo de ella, pero nos movemos en la banda del crecimiento cero.

La pregunta es cómo le hicieron para desplomar la economía y el empleo.
No hay crisis global.

Estados Unidos crece por encima del tres por ciento.

Recibieron un país que en el sexenio pasado creció 2.5 por ciento promedio y creó cuatro millones de empleos.

Les dejaron reservas en el Banco de México por 170 mil millones de dólares.

No recibieron un país en crisis y la están creando porque no admiten errores y así no hay manera de corregirlos.

Contra la persistencia en el error, no hay defensa.

Vamos para abajo y nos podemos estrellar si no hay reacción desde la cabina de mando del país.

El presidente reprochó a su ex secretario de Hacienda haberle presentado un Plan Nacional de Desarrollo que parecía hecho por Agustín Carstens o José Antonio Meade.

Bueno, pues con Carstens y Meade el país creció poco, es cierto, 2.5 por ciento, pero es mucho mayor al cero que ronda la administración de López Obrador.

El candidato AMLO llegó a la presidencia con el discurso de que los gobiernos de los últimos 36 años fueron incapaces de lograr crecimientos altos para generar empleo y desarrollo. Él sí lo haría.

Y miren nada más los resultados. En siete meses frenaron la economía y el empleo sin existir causa externa ni nacional ajena al gobierno.

No hay “sacadólares” a quienes echarles la culpa.

El problema es cien por ciento responsabilidad del gobierno, porque planea malos proyectos, destruye otros buenos, y manda señales de incertidumbre a la inversión privada nacional y extranjera.

Imposible tener buenos resultados si el gobierno persiste en sus errores y cree, o dice creer, que va bien.

Los empresarios se toman la foto con el presidente, pero no invierten.

De acuerdo con el INEGI, la Inversión Fija Bruta, al mes de abril, sumó tres meses a la baja.

El consumo privado registró su menor alza en una década (1.3 por ciento entre enero y abril)
La caída en la creación de empleos formales es brutal: 88 por ciento en mayo.

En negativos quedó la actividad industrial en mayo: -3.1. Es la mayor caída en diez años.
A la baja va la calificación crediticia de México porque los proyectos del gobierno no convencen a nadie.

¿Cómo que van a gastar 10 mil millones de dólares o más en una refinería que no es prioritaria y es de dudosa viabilidad financiera?

¿Cómo que van a meterle dinero a esa refinería en lugar de invertir en producción de petróleo, que va en picada?

¿Cómo que se cancelan las asociaciones de Pemex con privados (farmouts) para obtener petróleo y gas?

¿Cómo que se impugnan contratos firmados por el Estado mexicano, en gasoductos que ya están terminados o por concluirse, y que son indispensables?

¿Cómo que por “ahorrar” no quisieron abrir una oficina en Washington para cabildear con los demócratas y agentes económicos influyentes para que se apruebe el T-MEC?
¿Cómo que devuelven miles de millones de pesos y de dólares, más miles de millones de pesos en incentivos y así evitar demandas, para cancelar las obras de lo que sería el Nuevo Aeropuerto Internacional de México, absolutamente indispensable?

Si se mandan al diablo la confianza, al diablo los datos de la economía y el empleo, al diablo las calificadoras, el que se va al diablo es el país.

Y si se mandan al diablo las instituciones autónomas, lo que se va al diablo es la democracia. Pero ese es tema para otras columnas.