Tulum, QRoo, 12 de mayo de 2019.- Es agudo, armonioso, reverberante e inconfundible el sonido que les antecede a quienes se dedican a un oficio del que cada vez hay menos exponentes y que fue muy popular en la primera etapa del siglo XX: los afiladores ambulantes de todo tipo de utensilios de cocina y corte.
Posiblemente, pocos saben dónde comenzó este trabajo trashumante que se niega a morir, pero lo mismo en España (desde donde seguramente llegó a América) que en Argentina, en Chile o en las calles de Ciudad de México, Yucatán y Tulum.
El silbido conecta de inmediato la mente de cualquiera no sólo con el oficio de afilador sino muchas veces con los recuerdos de la infancia. 
Muchas mujeres aún al escucharlo corren por sus bolsos y bailan adentro de sus casas mientras toca, costumbre de las abuelas, según, para que rinda el dinero. 
Para José Ricardo Abán Castro ese chiflo conecta con una larga tradición familiar que, en su caso, nació en su natal Progreso, Yucatán, donde su abuelo aprendió el oficio de un español al que le apodaban El Sevilla.
“Eso me platicaba mi padre; que ahí es donde comenzó el oficio familiar en el que yo ya llevo más de 30 años y mi padre hizo más de 60. Ahorita ya él tiene más de 80 años y pues ya no lo lleva a cabo, pero cuatro hermanos míos estamos en este negocio y cubrimos Yucatán, Campeche y Quintana Roo. Con el oficio de afilador, yo he viajado gran parte del país y llegué incluso a andar de mojado por las calles de Brownsville, Texas, Estados Unidos, afilando cuchillos”.
José Ricardo Abán, que dice haber comenzado de niño junto a su padre con una pequeña carretilla y una manivela con la que accionaba el afilador, ahora viaja con un pequeño motor eléctrico y piedras de afilar adaptadas a bordo de una pequeña motocicleta de 100 centímetros cúbicos, a la que cuida como su vida porque -lo mismo que su oficio- de ahí depende el sustento diario de su familia.
“No se lo creen algunos, pero yo en esta pequeña moto viajó desde Mérida hasta Cancún y en el recorrido cubro los pueblos de Yucatán; desde Progreso hasta Valladolid y desde ahí a Tulum, Playa del Carmen y Cancún. Luego Leona Vicario y Kantunilkín al regresar: me hago 10 días en el trayecto, pero me gusta viajar y conocer y, por supuesto, mi trabajo”.
El curtido afilador motorizado nos dejó saber que aunque los peligros en carretera son muchos, vale la pena viajar hasta los centros turísticos porque en éstos, con el trabajo de afilador se gana bien, comparado con lo que puede cobrar en su natal Progreso o en las calles de Mérida.
Los aditamentos que actualmente se pueden comprar para afilar en casa cuchillos, las políticas de ahorro en restaurantes, que hacen que su personal lleve a cabo este trabajo, pero sobre todo el abandono de la práctica habitual de la cocina en cada casa de México o la apatía que conlleva el mantenimiento de sus utensilios van dejando en el pasado la tradición de los afiladores.
Cada vez, el silbido tan particular: agudo y fuerte pero también reverberante del afilador va volviéndose más extraño en las calles del mundo.
Por fortuna, en Tulum, de cuando en cuando, ese sonido del afilador se escucha, y nos recuerda a hombres trabajadores y honrados.