CANCÚN, QRoo, 2 de octubre de 1968.- A más de mil kilómetros de distancia, Gaby Bobadilla, no borra ni olvidará nunca el 2 de octubre de 1968 porque fue sobreviviente de la Matanza de Tlatelolco.
Originaria de Ciudad de México, vivió y creció en la tercera sección de la Unidad Habitacional Tlaltelolco y la huella que dejó esa fatídica tarde es imborrable porque ella, su hermano y sus padres, por esconder a dos estudiantes, estuvieron a punto de perder la vida.
“Yo tenía nueve años. Mi padre, que ya falleció, era obrero y afortunadamente esa tarde llegó temprano a casa. Yo vivía también con mi madre y mi hermanito Pepe iba a cumplir dos años.
“Por el radio oíamos que iba a haber una marcha de estudiantes, que venía sobre Reforma con rumbo a Tlaltelolco”.
Cuando su madre estaba sirviendo de cenar a don Alfonso, un hombre justo y trabajador, como ella lo define, empezaron a oír el ruido de muchos helicópteros que sobre volaban Tlaltelolco.
“Mi mamá cerró la cortina, cuando de pronto, se oyó un ruido interminable de ametralladoras, gritos y pasos de gente que corría.


Los ojos de Gaby Bobadilla, quien vino a conocer Cancún, se fijan sobre el mar. Su rostro, hasta relajado, se tensa. Guarda silencio unos minutos y prosigue:
“Recuerdo que mi papá se levantó de la silla y puso la cuchara de la sopa en la mesa. Mi mamá cogió a mi hermanito en brazos, me agarró la muñeca.
“Yo, en ese momento, no tenía noción de lo que pasaba, estábamos en eso, cuando se oyeron unos golpes desesperados en la puerta, unos gritos desgarradores:
“Abran, por favor, somos estudiantes, nos quieren matar, decían, desesperados, desde afuera.
“Mi papá, sin siquiera dudarlo, abrió. Entraron dos jóvenes de entre 17 y 20 años, sudados, miedosos, desencajados. Mi papá cerró la puerta”.


Dijwro que estaban matando a todos. “Por favor, por favor, ayúdenos para escondernos”.
A 50 años de la matanza del ’68 “que no se borra ni se olvida”, Gaby Bobadilla comprende ahora el grave problema en el que se había metido su padre al tomar esa decisión:
“Los estudiantes le dijeron que los soldados los estaban persiguiendo, que estaban matando a todos en la Plaza de las Tres Culturas, que no traían armas y que estaban buscando a todos los estudiantes para matarlos”.
Don Ramiro Bobadilla miró a su esposa y le dijo que los metiera en una de la dos recamaras del pequeño departamento de Tlaltelolco y puso cerradura a la puerta.
Mi mamá me jaló con ella, nos metimos al cuarto y casi de inmediato oímos unos portazos. Eran los soldados.
Mi madre los metió abajo de la cama que se pegaba en ángulo a la pared, el edredón los tapaba, me subió a la cama y ella se sentó de frente a la puerta de la recámara con Pepito en brazos.
“Que abran, les digo, somos el Ejército y vamos a tirar la puerta”, escuchamos desde adentro.
“Mi padre abrió y dice que los soldados lo empujaron, que le preguntaron dónde estaban los estudiantes, que lo iban a matar si no les decía.


Nuestro departamento era uno de los que estaba hasta arriba, solo una escalera nos separaba de la azotea.
Los tres soldados ni tiempo le dieron de contestar a don Ramiro, irrumpieron el domicilio con metralletas.
El departamento era chiquito, abrieron el baño, la otra recámara y uno más abrió abruptamente la puerta.
“Quién están aquí, dónde los tienen”, preguntó gritando el soldado.
“Qué no ve. Yo y mi hija, le estoy dando de comer a mi hijo, respondió tajante mi madre y se lo quedó mirando, mientras Pepito mamaba leche.
“Al verme a mí en la cama, y a mi madre con Pepe en sus brazos, se fue. Se fueron”.


Gaby Bobadilla dice que esa noche los chicos se quedaron, ella se durmió y cuando despertó ya no estaban.
“Muchas familias de Tlaltelolco los salvamos, pero cuenta mi padre que cuando salió en Tlaltelolco había una masacre y que en la fuente que estaba por la plaza de las Tres Culturas, por la Iglesia de Santiago, el agua estaba roja de la sangre, nadaban los cadáveres y había uno de una mujer embarazada.
“Yo crecí con miedo y desprecio hacia ese Ejército, cada 2 de octubre en la primaria y secundaria cortaban clases y nos sacaban temprano porque decían iban a venir los estudiantes. Papá nos encerraba en casa y pasaron muchos años para que en familia pudiéramos comentar ese hecho”.