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FELIPE CARRILLO PUERTO, QRoo, 1 de mayo de 2019.- Mientras en los ámbitos académicos y de derechos humanos el trabajo infantil es considerado como una de las deformaciones más aberrantes del mundo del trabajo, en comunidades indígenas se ve aún como algo natural que los niños, niñas y mujeres participen en las labores de la milpa.
Si bien en las sociedades urbanas el trabajo de niños y niñas representa un fenómeno de explotación y de privación de sus derechos, el hecho de que los menores dejen de hacer milpa con sus padres, de recolectar leña con ellos, significa que no estarán preparados para la vida.
Hacer milpa implica conocer la explicación del mundo, heredada de los abuelos y abuelas mayas, conocer el ciclo agrícola, llevar la cuenta de los días conocido como Tsolkin. De hecho, entre los campesinos existe la opinión de que la escuela aleja a los niños de lo relacionado con la vida laboriosa de la comunidad, así hay jóvenes que llegan a niveles universitarios y no quieren regresar a su comunidad, menos hacer milpas.
Si bien, como dice México Social en las redes, el trabajo infantil en una sociedad es muestra de la ausencia de escrúpulos, no es lo mismo que un niño o niña maya trabaje con sus padres o abuelos; la milpa que les proporciona el santo ixi’im/maíz para alimentarse, que la explotación de niños como cargadores, limpiaparabrisas o pepenadores en las ciudades o de jornaleros agrícolas con sus padres en el norte del país o en el extranjero.
Lo cierto es que la situación y futuro de éstos como de aquellos niños indígenas es responsabilidad del estado.
Son responsables de la explotación sin escrúpulos, junto con el gobierno, parte del sector privado y empresas multinacionales. Agreguemos que estas últimas se escudan en el pretexto de promover energías verdes y le roban a la niñez, el derecho a gozar de agua limpia y de selvas que mitiguen el calentamiento global.
No cabe duda, el trabajo infantil en las urbes o en plantaciones agrícolas privadas, en talleres o fábricas es uno de los pasajes oscuros de la modernidad podrida.
Pero antes es necesario que las familias indígenas o no indígenas tengan los satisfactores básicos que les permitan vivir con bienestar en ciudades o comunidades.
Los niños indígenas que trabajan su tierra con padres y abuelos deben ser atendidos con creces pues, al igual que con sus ancestros, el estado tiene con ellos una deuda histórica.
Para empezar a resarcirla, puede establecerse un modelo educativo nacional intercultural bilingüe que se adecúe a la vida cotidiana de la comunidad y no la transgreda, dicen especialistas.
Por ejemplo: escuelas de acuerdo al horario y prioridades comunitarias, de tal manera que la educación no termine siendo enemiga de la lengua y cultura de los pueblos indígenas sino promotora real de su desarrollo con identidad.
Las cifras de INEGI deben ser algo más que datos fríos, requieren de análisis con perspectiva indígena y de género. De no hacerlo los importantes datos que recolecta periódicamente seguirán sirviendo para diseñar fórmulas que permita definir el monto de inversiones del estado en programas o proyectos destinados al fracaso.
Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Quadratín Quintana Roo.
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