
Visión Financiera
A ver, hablemos sin vueltas. Si hay algo que distingue a muchas pequeñas y medianas empresas (Pymes) es la montaña rusa de decisiones que toman sus dueños. Hoy hay que hacer esto, mañana aquello, pasado se nos ocurre una idea brillante y la semana que viene ya nadie se acuerda.
El problema no es sólo la falta de constancia, sino lo que eso genera: desorden, desmotivación y, lo peor de todo, costos ocultos que terminan pesando más de lo que imaginas.
El síndrome de la decisión efímera
Seguro te pasó: leíste un artículo, fuiste a un curso, hablaste con otro empresario o simplemente se te prendió la lamparita y dijiste: “¡Hay que cambiar esto!”. Convocas a todo el equipo, explicas la nueva medida con entusiasmo y durante dos o tres días parece que todo va viento en popa. Pero luego, como nadie hace seguimiento, se relajan, te distraes con otra urgencia, y esa gran idea queda en el olvido.
Resultado: el equipo aprende que las decisiones son pasajeras. Es más, algunos ya ni se molestan en aplicarlas porque saben que en pocos días todo volverá a ser como antes. ¿Te suena?
Lo más preocupante es que esa falta de constancia no es sólo un problema de liderazgo; es un virus que se propaga en la empresa. Cuando los colaboradores ven que las decisiones no duran, adoptan la misma actitud: dejan las cosas para después, no se esfuerzan en los nuevos procesos y terminan volviendo a las viejas prácticas.
Así, en lugar de avanzar, la empresa queda atrapada en un bucle de intentos fallidos.
¿Cuánto cuesta esta inconstancia?
Si crees que no ser constante es sólo un tema de disciplina, te equivocas. Tiene costos reales y significativos. Vamos a desglosarlos:
1. Tiempo perdido: cada cambio sin seguimiento significa reuniones, explicaciones y ajustes que luego no se sostienen. Tiempo de todos que se tira a la basura. Si sumas las horas de cada persona involucrada, te sorprenderías del costo en términos monetarios.
2. Pérdida de credibilidad: tu equipo deja de tomarte en serio. Si cada decisión dura poco, ¿para qué esforzarse en cumplirla? De a poco, pierden confianza en la dirección de la empresa. Y lo peor es que eso también se traslada a clientes y proveedores, que ven tu empresa como poco confiable.
3. Desorden operativo: un negocio necesita reglas claras y estables para funcionar. Si un mes se controla algo y al siguiente no, lo único que generas es caos. Y el caos en una Pyme se traduce en pérdida de dinero, errores en la producción, problemas con clientes y, en muchos casos, conflictos internos que desgastan la energía del equipo.
4. Dinero tirado: en algunos casos, la falta de constancia significa inversiones que no se capitalizan. Compraste un software para mejorar la gestión, pero nunca se implementó bien. Contrataste a un asesor, pero no seguiste sus recomendaciones. Implementaste un nuevo control de stock y, a los dos meses, nadie lo usa. Todo eso es plata perdida.
5. Desmotivación del equipo: ¿Cómo crees que se sienten tus colaboradores cuando ven que las reglas cambian todo el tiempo y que su esfuerzo puede quedar en la nada? Al final, bajan los brazos y hacen lo mínimo indispensable. Lo peor es que las personas más valiosas, las que quieren hacer las cosas bien, terminan frustradas y se van a otra empresa donde haya más estabilidad y compromiso.
6. Mala imagen con clientes y proveedores: si tu empresa hoy opera de una forma y mañana de otra, ¿qué imagen das al mercado? Ser poco confiable es la receta perfecta para perder negocios. Un cliente que recibe promesas incumplidas difícilmente vuelve. Un proveedor que no sabe qué esperar, va a priorizar a clientes más organizados.
La clave: compromiso con la constancia
Está claro que ser constante en la gestión no es fácil. Pero, como todo en la vida, si quieres resultados distintos, hay que hacer las cosas de otra manera. Te dejo algunos consejos:
1. Antes de decidir, piénsalo bien: no tomes decisiones impulsivas. Analiza qué problema quieres resolver, qué impacto tendrá y si realmente estás dispuesto a sostenerla en el tiempo. No hay nada peor que tomar una decisión sin medir sus consecuencias y luego abandonarla porque “no era el momento”.
2. Documenta los cambios: no dejes que todo quede en palabras. Si decides algo, escríbelo, compártelo con el equipo y déjalo claro. Tener un documento con las decisiones clave ayuda a evitar la improvisación.
3. Asigna responsables: cualquier medida nueva debe tener a alguien que la lidere y controle su aplicación. Si no hay responsables claros, todo se diluye. Delegar no significa olvidarse del tema, sino asegurarse de que alguien lo mantenga vivo.
4. Dale tiempo a cada cambio: no esperes resultados inmediatos ni abandones una decisión a la primera dificultad. Todo ajuste necesita rodaje. Muchas veces, los cambios generan resistencia al principio, pero si se sostienen, se convierten en hábitos.
5. Haz seguimiento: lo que no se controla, no se cumple. Define indicadores y revisa periódicamente cómo avanza cada nueva medida. No alcanza con tomar una decisión; hay que medir su impacto y ajustarla si es necesario.
6. Comunica con claridad: si vas a hacer un cambio, asegúrate de que todos lo entiendan y sepan por qué se implementa. La comunicación es clave para que se comprometan. No alcanza con mandar un mail o mencionarlo en una reunión. Hay que repetir el mensaje y reforzarlo constantemente.
7. Sé ejemplo: si tú mismo no respetas las decisiones que tomas, no esperes que los demás lo hagan. La constancia empieza desde arriba. Si quieres que tu equipo cumpla con los cambios, asegúrate de ser el primero en hacerlo.
Constancia = Rentabilidad
En definitiva, la falta de constancia en la gestión no es sólo un problema organizativo: es un agujero por donde se te escapan la rentabilidad y el crecimiento. Una empresa que funciona con base en ocurrencias es como un barco sin timón: avanza a la deriva y depende de la corriente para ver a dónde llega.
La buena noticia es que eso se puede cambiar. Pero requiere algo muy simple (y a la vez tan difícil): disciplina. Si logras ser firme en las decisiones y sostenerlas en el tiempo, no sólo ganarás el respeto de tu equipo, también harás que tu empresa crezca de manera ordenada y rentable.
Así que la próxima vez que se te ocurra implementar un cambio, pregúntate: ¿Estoy dispuesto a mantenerlo? ¿Voy a darle seguimiento? ¿Voy a exigir que se cumpla? Si la respuesta es sí, adelante. Si es no, mejor ni lo empieces. Tu empresa (y tu equipo) te lo van a agradecer.
Para contactar a Juan Carlos Valda e implementar esos conceptos en tu empresa, escribe a [email protected].
Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Quadratín Quintana Roo.
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