Visión financiera/Georgina Howard
Racismo en Estados Unidos, ¿Culpa de Trump o de Obama?
Carlos Ramírez
La crisis social convertida en disturbios violentos en los Estados Unidos por el asesinato del civil George Floyd a manos de brutalidad policiaca no es culpa de Donald Trump ni de su racismo. Se trata de una agenda pendiente que no resolvió la presidencia del primer presidente afroamericano de los EE. UU., Barack Obama, y su agenda más de reconstrucción del capitalismo por la crisis de 2009, que por los derechos de las minorías raciales que no resolvieron las reformas de 1964-1968.
Los datos mayores parecen ser soslayados: a Floyd lo mató el abuso de fuerza de un policía de Powderhorn, en Minneapolis, estado de Minnesota, ciudad y estado donde los gobernantes del Partido Demócrata. Y si bien el lenguaje polarizante y las actitudes racistas de Trump son un activo estadunidense, en el caso de Floyd fue un asunto de policía estatal y de cortes locales que exoneraron al asesino.
El racismo contra los afroamericanos se había vuelto un tópico político con Trump por las protestas rodilla en tierra de los jugadores de futbol americano a la hora del himno nacional en competencias de ligas superiores con la bandera de denunciar abusos policiacos contra afroamericanos. Y no eran de manera estricta contra Trump, sino contra las estructuras policiacas marcadas por el abuso de fuerza donde antes había respeto a las leyes y a la autoridad.
Pero nadie registró cuando menos la sensibilidad ante las protestas, ni siquiera la minoría demócrata de Nancy Pelosi. En la lucha por los derechos civiles de la segunda mitad de los cincuenta a los sesenta de las reformas de Johnson y bajo el liderazgo del reverendo Martin Luther King, la violencia fue erradicada ante la brutalidad de las represiones policiacas. La lucha se salió de control en las protestas contra la Guerra de Vietnam en locales universitarios. En octubre de 1967 una muchedumbre se metió a las instalaciones del Pentágono, llegó a la escalera principal de acceso y quemó tarjetas de reclutamiento justo debajo de la oficina del secretario McNamara, una historia que fue inmortalizada por Norman Mailer en su libro, mezcla de reportaje y análisis, Los ejércitos de la noche, aunque con páginas para registrar, como asistente, su angustia por encontrar un baño porque había bebido mucha cerveza y necesitaba descargar la vejiga.
Y luego llegaron, en 1992, los motines de seis días en Los Ángeles, California, porque un jurado había exonerado a los policías que le dieron una paliza al camionero Rodney King, una de las primeras expresiones de las grabaciones en video que hoy son tan populares. Los afroamericanos salieron a la calle a romper todo, a gritar a destruir y muchos a robar. Y entonces se dijo lo que hoy se repite: son los pobres, son los resentidos, son los excluidos.
Sobre el caso de Los Ángeles 1992 existe una novela extraña: narra lo ocurrido en las zonas periféricas a los disturbios por la ausencia policiaca, mientras se veían las columnas de humo de los autos y negocios quemados. En Todos involucrados el escritor Ryan Gattis cuenta la historia de una lucha entre pandillas de origen hispano ante la ausencia policiaca; es decir, la otra violencia racial, la lucha delictiva por el control de territorios, la violencia de los delincuentes practicada sin límites que, dice la versión oficial, explica la rudeza policiaca que causa represiones, torturas y asesinatos.
Los disturbios de Los Ángeles comenzaron cuando un jurado exoneró a los policías que apalearon a Rodney King y terminaron cuando un segundo jurado revisó el caso y, más en acto político que de legalidad, determinó la culpabilidad de los policías acusados. En el curso de seis días el saldo fue enorme: 10 mil 904 arrestos, 2 mil 383 heridos, 11 mil 113 incendios y pérdidas por más de mil millones de dólares, sin contar con el aumento de delitos en zonas que la policía no pudo atender por estar parando los disturbios.
Los afroamericanos han padecido todo tipo de agresiones del sistema estadunidense. A finales de los ochenta el periodista Gary Webb, del San José Mercury News, reveló que la CIA había estado vendiendo droga en la comunidad afroamericana de Los Ángeles para tener fondos que financiaran la compra de armas para la contrarrevolución nicaragüense. Aunque la CIA logró controlar los daños y aislar a Webb, de todos modos, su revelación fue cierta: la élite de inteligencia veía a los afroamericanos como una raza consumidora de droga.
La presidencia de Obama marcó un punto de inflexión histórica que quedó resumida a una línea en la historia: fue el primer presidente afroamericano de los EE. UU.; nada más. Obama llegó a salvar al capitalismo de la crisis de 2009 y en ocho años nada hizo por la comunidad afroamericana cuyos problemas él no conocía, porque llegó a los EE. UU. en los ochenta, cuando el problema racial había amainado y ya existía el matrimonio interracial como punto culminante de la igualdad. El dato más revelador del fracaso racial de Obama fue la elección como su sucesor del racista Trump, con el voto de hispanos y afroamericanos.
Lo que ha fallado, también, ha sido la ausencia de un proyecto social de integración. Trump arreció su racismo contra los hispanos, no contra los afroamericanos. Pero lo mismo da. En época de crisis económicas y financieras la polarización social amplía las distancias. Pero es un problema de la sociedad, no de Trump. Los gobernantes estatales y de condado en Minnesota son demócratas y en nada han cambiado los patrones de autoridad de las policías.
El racismo en los EE. UU. es histórico y es producto de la desigualdad social del capitalismo.
@carlosramirezh
Twitter: @CR_indipolitico
Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Quadratín Quintana Roo.
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