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Entran impunemente miles de armas por vacíos legales: Juan Carlos Loera
CDMX, 1 de noviembre de 2020.- Una flor para cada alma es la ofrenda homenaje para las víctimas del Covid 19.
El presidente Andrés Manuel López Obrador le inauguró en Palacio Nacional.
En el evento, participan 20 pueblos indígenas y queda patentizada su riqueza, su abundancia y su bondad en estos días de muertos.
Todos, confirman que se mantiene viva en cada región, en cada estado, esta celebración aún con la tétrica sombra del Covid 19.
De distintas regiones, confirmaron que los indígenas están vivos, que mantienen sus valores culturales y espirituales, que saben que la vida es efímera.
“Solamente venimos un rato para decir a nuestro pueblo: aquí estamos, aquí estamos como pueblos indígenas, aquí seguimos vivos y que Dios nos dé oportunidad de continuar”, dijo uno de ellos.
El presidente Andrés Manuel López Obrador y su esposa Beatriz, le escucharon con atención y recorrieron y aprendieron, con humildad, como nosotros.
“Somos raíces, tenemos vida, en los rincones en donde cada uno de nosotros vivimos… de norte a sur, de este a oeste, existen los pueblos indígenas con sus valores, con su voz, con su palabra”, se escuchó con respeto.
El Presidente informo que desde el 31 de octubre y hasta el 2 de noviembre, México vive tres días de luto nacional, esta vez para recordar a todos nuestros difuntos y, en especial, a quienes impotentes han perdido la vida a causa de está pandemia.
“Recordamos a los difuntos, niños y adultos (…) están más cerca de nosotros, comiendo y bebiendo lo que les gustaba (…) en estos días hay más acercamiento, más convivencia”, destacó el Hermano Mayor, como cariñosamente le nombran.
El patio de Palacio Nacional huele a cempasúchil, a copal, a piloncillo, a pib… los altares fueron creados por representantes de cada pueblo y sus creencia, ya sea al Creador, a sus dioses, a la naturaleza.
Se oyen rezos e invocaciones, vibra paz y resignación.
Los ojos se mueren por ver ofrendas y sus colores, olores, hay hambre por saber significados.
En los diferentes altares, como en el de Tabasco, se elaboraron tejidos hechos con manos de artesanos, se ven las
frutas tradicionales, de cosecha propia, incluido el plátano, el uliche que no puede faltar en una ocasión tradicional, la amaneita, el tamal de caminito y un ejemplar de lagarto, la tortilla hecha a mano, el dulce de calabaza y una muestra de los utensilios del campesino y el bux, en el que se conserva el agua fresca para llevar la pelota de pozol y batir en el campo.
Esa ofrenda tiene instrumentos musicales de los precursores que desafortunadamente se adelantaron y la imagen de su poeta Carlos Pellicer.
No pudo faltar la máscara de baila viejos, es muy antigua; el pozol, el cacao, la caña y algunos trabajos de abanicos, trajes regionales, flores naturales, ah y nada de plástico, ‘porque a los muertos no les gusta”. Presentes Tucta y Tecoluta.
De Papantla, el altar totonaca puchol, tiene estrellas que representan a los creadores y a grandes abuelos que murieron hace mucho, pero que están vivos todavía en los corazones.
“En este tiempo de ninil que comienza desde el 18 de octubre y termina hasta el 30 de noviembre el centro es el día primero, el día 2 es de nuestros difuntos, que en paz descansan. Regresan sus almas a convivir con nosotros, con los vivos, ahora están presentes, están con nosotros y están muy felices”, se escucha y un escalofrío enchina la piel pero reconforta.
“En el arco del este está el fuego; pero también la ofrenda tiene el arco del sur, el del norte, el de la tierra, el del oeste, que hace una cruz cósmica y abre todos los portales”.
En la ofrenda no falta el inframundo, “donde hay otro sol, el sol de ellos, de los difuntos, entonces está presente su luz, la luz inframundo, la luz terrenal y la luz cósmica, entonces se representa desde el 30 de octubre”, se añade.
En la cosmovisión totonaca no se mata ningún insecto, se respeta, porque ellos vienen transformados en una mariposa, en una mosquita, en una luciérnaga, ellos están presentes aquí. Los ojos se abren buscando insectos.
En la impresionante muestra está también presente la comunidad de San Pablito Pahuatlán, Sierra Norte de Puebla.
En esa comunidad hñähñu, la flor de cempasúchil, de garra de león o mano de león la embellecen.
La ofrenda tiene mole, pollo, chocolate y pan de muñeco, que se antoja pero no se toca.
Cada sirio representa un difunto, el 31 de octubre recibieron a los angelitos y este 1 de noviembre a los difuntos mayores.
Hay incienso, aguardiente, dulces…
El cempasúchil le enseña a los difuntos el camino para llegar al altar.
Hay tamales enredados y agua, el alimento que necesitaban cuando estaban vivos.
El Palacio Nacional, como dijo el Presidente, es el Palacio del Pueblo y de los pueblos originarios.
En el patio también está presente la ofrenda de Cuauxinca, Huauchinango, Puebla. Tiene dulces, fruta y una campana “para llamarles”.
“La pandemia está causando mucho dolor”, comentó el Presidente al llegar al altar de
Misión de Chichimecas, municipio de San Luis de la Paz, Guanajuato, que escenifica un panteón, porque en estos días allá se hace procesión.
En el altar no falta la leche y galletas para los muertitos ni las pertenencias de los grandes.
No faltó la cultura teenek, de San Luis Potosí, y los pueblos yaquis, tampoco el altar rarámuri y sus cruces chiquitas sin clavos.
Explicaron que la comida que se pone generalmente no lleva sal, entonces hay frijoles, papas, tortillas chiquitas “para que se las puedan comer los difuntos’, trajes tradicionales del hombre y de la mujer y paja en medio.
La cultura rarámuri no usa flores de cempasúchil porque donde viven hace mucho frío y en esta temporada no hay flores.
Esta vez, en Palacio Nacional, la incluyeron y pusieron elementos de la cultura pima, que también es parte de Chihuahua.
Hay flores, velas de canela para guiar a los difuntos con el olor y, al igual que las flores, les guía también para que se vayan.
A las mujeres se les hacen cuatro ofrendas, una vez al año o pueden ser las cuatro en el mismo año, no necesariamente tiene que ser en el aniversario.
A los hombres se les hacen tres, porque tienen tres almas y a las mujeres una adicional, porque son las que dan vida, se detalla.
“En la última ofrenda se les dice a los difuntos que se vayan, que descansen en paz y que no se lleven a alguien más”.
En la muestra, el Presidente visitó la ofrenda de los
tepehuanos, de Durango, wixárikas, y no pudo faltar el altar de la tierra de los dioses del maíz, Milpa Alta, la de los pueblos náhuatl.
Tamales de fríjol, mole de guajolote original del mismísimo San Pedro Atocpan y la bebida ancestral, el pulque.
Se antojan los panes llamados golletes, de forma circular que representan en su idiosincrasia los antiguos tzompantlis, es por eso que estos panes siempre deben ir atravesados con caña, haciendo referencia a ese ritual ancestral de los pueblos mesoamericano.
En la ofrenda se ve una pintura de un nahual, porque San Antonio Tecómitl, comunidad que también participó es conocida como la tierra de nahuales.
Para ellos el nahual es una entidad anímica que tiene la capacidad de transformarse en algún animal, objeto o vegetal.
En Milpa Alta, las familias se reúnen en torno a una hoguera con el objetivo de esperar a sus muertos, y las familias a la entrada de sus puertas colocan un farol que tiene forma de estrella de cinco picos y simboliza la figura humana, pero, además, es la señal para que los muertos y las ánimas encuentren la morada donde alguna vez vivieron.
También es el lugar donde los niños recorren la calle pidiendo calaverita con el tradicional chilacayote tallado, muchos de ellos verdaderas obra de arte.
Al altar también lo apoyaron la Casa de la Cultura de Piedra, el Colectivo Nahual Zapatista y los pueblos de Malacatepec, Momoxco.
La ofrenda de Michoacán tiene influencia de Pátzcuaro, pero representa a todas las regiones de ese bello estado.
La comunidad indígena de Santa Fe de la Laguna dedicó su altar esta vez al general Lázaro Cárdenas.
Participó también la comunidad mepha’a, de Guerrero, y se caracterizó por las fotografías, las velas y las frutas.
Los amuzgo del municipio de Xochistlahuaca, de la región Costa Chica de Guerrero, presentaron un arco que significa la entrada de los difuntos y contiene 12 ramos de flores, los 12 meses de espera a los fieles difuntos.
También se compone de cuatro horcones, que significan los cuatro puntos cardinales.
Hay cabeza de viejo, que también es una comida curativa, frijol con plátano, moles de iguana, salsa de panal y huevo en panal.
La danza Macho Mula es la que va a ir a recoger a los fieles difuntos para que vayan a sus casas.
No faltaron las velas de cebo, el copal, que es para limpiar a las ánimas y quitar malas vibras.
Mención aparte son los trajes típicos de la región de las mujeres amusgas, los telares de cintura, y sus herramientas de trabajo, como la que es para moler arroz y las fotos de personajes que les han apoyado y son parte de su orgullo.
En el altar de la cultura zapoteca con su señor Dios Sol, se comentó que los difuntos llegan a las tres de la tarde el día 1 de noviembre.
Son recibidos con la quema de incienso, con mezcal, chocolate, mole negro, higaditos, tlayudas, chapulines y chiquihuite, en el que van a recoger todas las cosas para llevárselas al inframundo.
En la rica variedad hay incienso, petates y la flor de muerte, en zapoteco, la guie’biele, que se da en su cerro, en Teotitlán del Valle, flor morada.
A los niños muertos les reciben el día 31 de octubre con un altar pequeñito.
El día 1 de noviembre, a las 15 horas, con el tañer de las campanas y los estallidos de cohetones llegan los grandes.
La ofrenda de la sierra mazateca, que conforma el pueblo mazateco, mixteco y el náhuatl tiene dos arcos: representan la vida, la riqueza y la fortaleza de sus pueblos y familias.
Es quizá la ofrenda que más agradece, lleva 40 días de preparación porque van recogiendo las cosechas y conservándolas para el altar.
El copal para ellos simboliza la espera, la luz de las velas es la fuerza y la iluminación.
Entre flores de cempasúchil destacan los huehuentones de la sierra mazateca, que son las personas que salen del ombligo de la tierra: jóvenes que se disfrazan con máscaras, con cotones y tocan música de la región.
Por primera vez, los pueblos indígenas de la República tienen la oportunidad de exponer en el interior del Palacio Nacional, su riqueza es invaluable, como la ofrenda especial a los ayuuk, los mixes, del estado de Oaxaca, con pan, tamales, caldos, frutas, mezcal, pulque y la mazorca que es para que les alcance a las almas de los hermanos que murieron y para que les dure durante todo un año.
En la muestra destaca el pueblo de Oxchuc con ese delicioso atolito y sus tamales. No falta la sonaja “para bailar al muerto”, adorar y agradecer a Dios.
Desde Saltillo, municipio de Las Margaritas, Chiapas, llevaron a la ofrenda la cruz de los catequistas que siempre encabezan sus rezos.
El aroma a copal se intensifica y hay cexe, pan, plátano, anona y jocote, chayote y guayaba, para que se alimenten los difuntos.
Cuando las velas se acaban, la gente come en su panteón.
Un traductor explica al Presidente y a su esposa lo que se dice en lengua indígena:
“Nosotros somos de Yucatán, las festividades inician el 31 de octubre cuando festejamos a los niños”.
Detallan la importancia del cielo y el inframundo maya.
En su primer nivel, la ofrenda tiene cinco jícaras, cuatro que son los cuatro puntos cardinales y la del centro, que contiene agua y significa al ceibo, al yaxché.
En Yucatán también son importantes los retratos.
En el nivel de en medio se pone la comida que el difunto acostumbraba a comer en vida.
En el tercer nivel se observan dulces, frutas y juguetes.
En la ofrenda también hay un sitio para los muertos que no tienen a nadie que les festeje
Se antoja ese pib que se cocina con la creencia de los mayas de que los difuntos ya están regresando y no pueden llevar comida de caldo, porque la derraman en el camino.
En el altar mixteca hay
calabaza, frijol, totopo de maíz nuevo, memela de frijol, que es para que los difuntos se lleven.
La vela ilumina el camino de regreso y en la vida del más allá.
Las flores son para el alma y la cruz, es su creencia de que ellos se han ido con Dios, porque Dios los lleva y Dios los trae de regreso para que convivan un rato con los vivos.
En estos días de muertos o de fieles difuntos — como cada quien les nombre– es una pena que también el Covid 19 nos haya quitado a muchos la oportunidad de visitar esta muestra, fruto del amor de los mexicanos hacia nuestros seres queridos, pero nos alienta que, en conjunto, somos un pueblo vivo en tradiciones, creencias y costumbres, y eso el coronavirus no podrá matar nunca.
Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Quadratín Quintana Roo.
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