TULUM, QRoo, 11 de abril de 2021.- ¿Has visto delfines y tortugas vivas? pero disfrutando de su hábitat, y quizá si tienes suerte ¿un manatí?

¿Has comido exquisitas empanadas de langosta, camarón o pescado? con esa masita martajada recién hecha y ese sazón que solo tienen las manos de amas de casa trabajadoras.

¿Has respirado ese aire puro que solo puedes respirar en la inmensa belleza de la Biósfera de Sian Ka’an? también llamada la puerta al cielo.

Ver nubes azules, caminar escasos metros para estar en el muelle y observar la cristalina agua marina o, en el otro muelle, el de la gigantesca laguna, a la que el mangle y los cocodrilos le dan ese sentido enigmático.

Encontrar un pueblito de unos 600 habitantes, donde todos se conocen y se apaga la luz, como en el cuento de La Cenicienta, a las 23:59 horas, todos los días, y después, con tranquilidad, ver ese cielo soñado plagado, sí plagado, de estrellas, que solo pocos tienen la dicha de admirar, o tocar arena más fina que la de Cancún, más blanca, sin igual.

Ese es Punta Allen, el destino ecoturístico que desgraciadamente ha sido olvidado y desdeñado en Quintana Roo, a donde o se llega en pequeñas lanchas, navegando unos 45 minutos por inmensas lagunas, donde puedes ver delfines y mangle, si es que hay buen tiempo, o llegar tras 4:30 horas por carretera, a brinco y brinco, por el nulo mantenimiento que dan las autoridades a 56 kilómetros, de Tulum a Javier Rojo Gómez, como se llama.

Desde Tulum, solo un temerario operador de un transporte colectivo, don Germán, hace el trayecto de ida y vuelta a diario.

¿Taxis? además de que no te quieren llevar desde Tulum, por lo “horrible del camino” cobran cuatro mil pesos (más de ocho veces lo que se cobra del aeropuerto a Cancún).

A Punta Allen se llega por el único camino terrestre que existe donde observas la majestuosa zona hotelera de Tulum, lujo armonizado con madera, ese camino por donde anduvo Dua Lipa, trayecto que lo mismo puede durar 20 minutos o dos horas, según el tráfico, porque solo hay un carril de ida y otro de venida.

Saliendo de la zona hotelera donde sí está planito, pasas el arco que marca el inicio de la Biósfera de Sian Ka’an, donde se cobra 90 pesos por persona para cruzarlo, y “ahí viene lo bueno” -dicen-, ves monos araña, tarántulas, coatíes, por momentos la playa o la flora de la exhuberante selva, pero tristemente también, el olvido de un camino que solo los osados transitan después del Puente de Boca Paila, porque no hay señalética, ni luz, no hay nada, solo el camino de terracería plagado de hoyos y más hoyos y quizá, en la noche, otro arriesgado conductor de venida.

Los pobladores de Punta Allen saben que hay luz en el pueblito porque todos cooperaron para tener una planta. Les cobran más de 600 pesos al mes: “vivir en Punta Allen es caro”.

El servicio de energía eléctrica se pone de 10 a 14 horas y de 16 a 24 horas. Luego solo tienen luz los que apostaron por celdas solares.

El agua para bañarse y lavar trastes o ropa, se extrae de un cenote, al otro lado de la laguna, y la tubería pasa por debajo del cuerpo de agua.

Ahí, nadie es propietario todos son concesionarios por Sian Ka’an.

¿Servicio médico? Solo de lunes a viernes. Los fines de semana está cerrada su mini clínica del IMSS y a veces, “de suerte” atiende una enfermera en donde están los marinos.

¿Sacerdotes? A veces van cada mes a su mini templo.
Esta vez por el terrible camino no llegó en Semana Santa.

Hay una escuela primaria y otra secundaria, hermosas.

¿Bachillerato? a más de 45 minutos en lancha o a más de cinco horas de camino.

¿Internet? Ja, depende de la zona y las llamadas solo entran por WhatsApp. No hay cajeros ni bancos.

En diciembre de 2020 llegó el alcalde y prometió dar mantenimiento para que, al menos, se pudiera llegar a Tulum, pero todo quedó en promesas. “El camino se fregó por los huracanes de 2020 y así quedó”.

¿El gobernador? “Ese no se ha aparecido por meses, nunca ha venido por el camino”, confirman.

Todos los alimentos son caros porque al igual que los productos y refrescos se surten desde afuera y a veces cada semana.

El Covid 19 sí le dio a algunos, pero “amoló la economía” de ese paradisíaco destino ecoturístico.

Nada se compara con su tranquilidad y esa ejemplar convivencia.

Ahí todos los gatos y perros tienen dueño.

Es un lugar único, desaprovechado y olvidado por la autoridad federal, estatal y municipal, sobre todo en época de lluvia y de huracanes, por ese camino tan ingrato que tienen y que es el único acceso por tierra de servicios médicos, religiosos, de comestibles y, lo que más mella: de turismo, que significa vida para Punta Allen.

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