Visión financiera/Georgina Howard
Retornaron después de 36 años de ausencia, de haber sido humillados y echados penosamente de los espacios determinantes de la vida económica y política del país; han regresado los predicadores del Estado de Bienestar, del Estado regulador, del Estado Máximo. Han regresado vestidos con los mantos de una izquierda regeneradora, popular, moral y justiciera. Ellos nunca imaginaron, cuando aquél primero de diciembre de 1982 abandonaban los pinos dejando al país sumido en una de las peores crisis económicas de su historia y en los límites de la degradación política, que regresarían en medio de besos y aplausos gracias al olvido.
Tampoco los mercaderes del neoliberalismo que se inauguraban aquella fecha de gloria con la consigna de la “revolución moral” para diferenciarse de los derrotados estatistas fracasados, se imaginaron que fueran despedidos, acusados de inmoralidad política y señalados de “entregar un país hecho pedazos” luego de más de tres décadas. El nuevo Moisés presidencial no les perdonó sus pecados económicos en su filípica, les anunció la destrucción de los falsos ídolos que han perdido a la nación: el neoliberal “becerro de oro” y anunció -haciendo que los cielos se abrieran- la “purificación de la república”, como vía para la regeneración simbólico-ideológica del buen pensamiento, el único verdadero, el del pueblo bueno; el que jamás debió abandonarse, el que ahora él representa gracias a la epifanía místico-política que las multitudes le han inspirado y por la cual “Él ya no se pertenece, es del pueblo”.
El elegido tiene el don del perdón, de la indulgencia y de la conmiseración, y ha decidido al final del juicio de fuegos devastadores, que los adoradores de los falsos ídolos sean perdonados. Ha querido hacer sentir contra sus adversarios la más grande y desproporcional fuerza de su místico y autócrata poder del bien: el amor que todo lo perdona. ¡Id en paz la venganza ha terminado!
La apoteosis de las masas ha llegado al clímax transformador. Él es el pueblo, el pueblo es el Estado y él gobernará al Estado. Las instituciones democráticas prevalecerán, pero en un segundo plano, en el plano central estará el diálogo por consultas infalibles con el pueblo bueno. No se cansará como el ganso. La misma ley que el viejo régimen constituyó como Estado de Derecho deberá ser superada por la voz del pueblo en consulta permanente. Si se castiga o no al que delinque será el pueblo quien lo diga: el pueblo es sabio en todo terreno. El milagro económico del rescatado Estado de Bienestar, gracias a la fe productiva de las mayorías redimidas por la justa bondad de su amado presidente, por el cual ofrendarían su vida al menos 30 millones, alcanzará para dar de comer a 120 millones de mexicanos con tan sólo 5 panes del presupuesto de egresos, sin pedir un bolillo prestado. El fin de la corrupción, gracias a la brillantísima y ejemplar luz moral del altísimo y serenísimo presidente, logrará que los caudales de riqueza ahora sí lleguen para su distribución al pueblo. El paraíso podría ser decretado en cualquier momento en los próximos meses.
Quisiera compartir la devoción y la fe por el gobierno que acaba de iniciar y que a muchos derrite y emociona hasta las lagrimas. ¿Cuántos no lloraron en el pasado reciente por la asunción esperanzadora de un priista o un panista? Sin embargo, me es imposible porque los actos de gobierno, que son crudamente política sin más, no pueden ser considerados desde la devoción o desde la fe. Lo que presencié el sábado no fue una ceremonia marcada por un discurso republicano que asumiera a carta cabal la división de poderes, el acotamiento del poder presidencial, la prevalencia del Estado de Derecho, el fortalecimiento de la democracia liberal, el empoderamiento de los ciudadanos y la repugna por la presidencia imperial. Fue el discurso de un autócrata, alejadísimo del ideario juarista y de las convicciones republicanas de Morelos. Tampoco fue el discurso de la izquierda socialista que planteara la transformación hacia adelante de la economía desde el cambio de las relaciones productivas y de poder y desde el complejo contexto internacional definido por la globalización y los proteccionismos y el comportamiento de los actuales centros financieros mundiales. Lo que presenciamos fue la reedición del discurso del priismo de los años del Desarrollo Estabilizador y del Estado de Bienestar lanzándose en revancha, con olor a naftalina, contra el discurso perdedor de los tecnócratas de ese mismo partido y sus aliados que entregaron parte del poder de la república a los poderes fácticos creyendo en la eficiencia de un Estado Mínimo. Un discurso que fracasó estrepitosamente hace 36 años. Lo que presenciamos fue a un profeta místico que con las tablas de su ley llamó a la purificación de la república.
El futuro del país no vendrá de la mano de un discurso en verdad nuevo. Vendrá amarrado a las teorías económicas y las ideologías que prevalecieron en los años 60 del siglo pasado. Hago votos porque los ciudadanos libres recuperen la memoria y escuchen las crónicas del pasado con ecuanimidad. Si a estas alturas es posible retornar al Estado regulador y a los precios de garantía logrando el crecimiento económico, retornando a la sustitución de importaciones y desligando a México de los mercados globales, generando mayor riqueza y justa distribución social de la misma, será una hazaña que deba reconocerse. Pobre Urzúa ha de estar sudando frío. La realidad, sin embargo, es claro que está muy lejos de estas construcciones conceptuales. Si la restauración de la vieja ruta económica fracasa solo quedará a los “amados jefes políticos” el camino fácil y maniqueo de culpar a los enemigos del pueblo. En algún momento se verán tentados a revivir de los archivos de la historia aquella patriotera frase, dicha con el corazón en la mano y las emociones a punto del llanto: “ya nos saquearon, no nos volverán a saquear” … defenderemos la economía nacional como canes. Tal vez sí, tal vez no, el pueblo bueno salga entonces a las calles a quemar incienso por su amado líder y a tirar piedras contra los enemigos de la república; los enemigos que no quisieron purificarse y unificarse y que deben ser llevados a la hoguera. ¿Pobre Danton, cuantas veces tendrán que cortar tu cabeza para exorcizar los peligros de la libertad?
Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Quadratín Quintana Roo.
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