La estrategia de construir una candidatura distante del PRI, que esconda al PRI, para atraer el voto de un PAN dividido y conservar el del simpatizante “duro” de ese partido, no funcionó.

Poner el aparato de comunicación y propaganda del abanderado del PRI en manos no priístas, no cuajó.

Ni los panistas corrieron a apoyar a Meade ni los priístas abrazaron a un candidato que por estrategia les puso distancia.

El domingo, José Antonio Meade recompuso la plana y fue al lugar donde siempre debió estar desde el primer día de campaña: el PRI.

Desde luego que es el partido con más negativos de todos cuantos hay, pero fue el que lo hizo candidato presidencial y él aceptó gustoso.

Hasta el domingo en la mañana, Meade había tenido una actitud distante del PRI por esos negativos que lo ponen en el tercer lugar en las encuestas.

Esa distancia fue un error. Se dejaron amedrentar por columnas y cartones que se burlaban del “háganme suyo”.

Se alejó de su casa, de la casa que lo postuló, porque el PRI -en efecto- está mal visto en el país.

Pero también están mal vistos Morena, el PAN, el PRD, el Verde y los que gusten mencionar.

Mal que bien el PRI tiene un voto duro arriba del 20 por ciento de la población.

¿Dónde quedaron esos puntos porcentuales del priísmo duro que de pronto se le esfumaron a Meade? Se fueron a Morena. Con AMLO.

Lo hemos repetido hasta aburrir: si hay voto útil priísta, éste se va con López Obrador.

Un candidato del PRI desfondado en el tercer lugar sólo le conviene a López Obrador, que con ese regalo hasta puede llevarse la mayoría absoluta en el Congreso.

Por eso fue importante que Meade acudiera a la sede del partido que lo postuló, se enfundara en la chamarra roja y se cobijara con cuadros representativos del tricolor y con las bases que llevaron matracas y papel picado.

Morena les había ganado la calle, y se las tiene ganada.

El PRI tiene con qué movilizar gente a las plazas públicas de todos los estados del país, y no lo ha hecho.

Si Meade persevera en tomar la calle, sin miedo a que le digan que lleva a acarreados -como también hace Morena con todo y Frutsis-, el priísmo volverá a nuclearse en torno a su candidato.

Si Meade profundiza en las propuestas de orden social, como las que expresó ayer de becar cien por ciento a las jóvenes de preparatoria que estén en Prospera, aumentar en dos millones el número de beneficiados de ese programa, y triplicar los apoyos a las familias que tengan un integrante con alguna discapacidad, entonces va a conectar con lo que el priísmo había conectado siempre.

O no siempre. Porque cuando se desconectó de la base social perdió la presidencia.

La llegada de René Juárez a la dirigencia nacional del PRI también ayuda a este relanzamiento de la campaña de Meade.

Juárez es un producto natural de ese partido. NI él ni Claudia Ruiz Massieu tienen que andar enseñado la credencial para que les crean que son priístas.

Se puede decir que el voto duro del priísmo no basta para ganar las elecciones, y es absolutamente cierto.

Pero le da un piso decoroso, conserva su identidad y evita la muerte anunciada.

Es que si se desfonda el PRI en una cargada hacia Morena, López Obrador va a ganar la presidencia, con mayoría absoluta en el Congreso de la Unión y en los congresos estatales que estarán en juego el 1 de julio.