A la velocidad que el titular del Poder Ejecutivo procura cambios en áreas neurálgicas del quehacer económico y político del país en búsqueda de la profundidad que los haga irreversibles, ha conformado un verdadero batidillo que promete comprometer el futuro nacional.

Ojalá pueda esta aseveración estar profundamente equivocada.

La Ley Eléctrica, La Ley de Hidrocarburos, las nuevas disposiciones en materia de Subcontratación, el plan para tratar de salvar a Pemex, la extensión de la Presidencia en la Suprema Corte de Justicia, la promesa de transformar al INE, casi todo y cada uno de ellos conforman ya un escenario paralelo de inconformidad de afectados que defienden los que representan o prometen avanzar hacia ese marco que exige una revisión en los términos que la ley establece hasta el momento.

En el caso de Pemex, el Presidente desea que uno de sus principales legados en su paso por la Presidencia del país sea la restitución de la empresa como eje de la recomposición económica nacional e impulso de nuestra industria. Ojalá estuviéramos en los años setenta.
No está equivocado quien lo emprende, pero para conseguir sus propósitos no le bastarán los tres años que le restan en la silla presidencial, ni seis, ni doce más quizá. Requerirá México más de una década, quizá dos o tres de constantes políticas públicas para que Pemex se convierta en la empresa que pudo haber sido y no es, ni nunca fue.
Pemex ha sido una empresa abusada a lo largo de muchos sexenios. Su irremediable vocación extraccionista le impidió jugar un papel diferente de ser una caja chica del Gobierno Federal en turno. Nunca le permitieron conducirse como empresa ni estuvieron las fichas dispuestas en el tablero nacional para que pudiera desempeñar el eje de un proceso de reindustrialización nacional.
Con una deuda externa superior a los 110 mil mdd, con amortizaciones superiores a los 6 mil mdd en este año que se ha comprometido a asumir el Gobierno Federal (de aquí en adelante parece haber dicho el Director General de Pemex, el agrónomo Octavio Romero), con fuertes presiones de sus proveedores a quienes se les debe más de 300 mil millones de pesos y con fuertes demandas en mantenimiento y más recursos para prepararse a cumplir algún papel en el futuro, Pemex depende no solo de la voluntad presidencial para salvarse sino algo mucho más complejo y difícil de atender: de un plan estratégico integral en donde Pemex sea el epicentro.
Si no hay a la vista un plan en ese sentido, ni un plan nacional en el terreno industrial, ¿qué podemos esperar de una reconfiguración de Petróleos Mexicanos?
nada.
Nada porque lo que requeriría en ese caso la empresa productiva del Estado es una reingeniería tan extrema, tan innovadora, tan agresiva que el Presidente no estaría dispuesto a asumir como carga política. Los expertos señalan que lo que necesita la petrolera es dividirla de inmediato con todos los componentes tóxicos por un lado y los potenciales sanos de otro.
Trabajar con el Pemex bueno, capitalizarlo y replantear su trabajo a futuro es lo que esta empresa necesita en una movida integral que comprende a muchas otras áreas del quehacer económico nacional. No parece que el Gobierno pueda con la encomienda o que la imagine siquiera.
Qué terrible pensar así.

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