Dice el refrán que “no hagas cosas buenas que parecen malas”, y eso debe entender el próximo gobierno si no quiere que le pase con el aeropuerto lo que a Peña Nieto con el tren a Querétaro.
Hay una verdadera obstinación en el equipo de AMLO por echar abajo el aeropuerto que se construye en Texcoco para hacer un parche en San Lucía.
No hay argumentos técnicos, sino necedad.
El tema comienza a oler mal, aunque esté colmado de buenas intenciones.
La semana pasada vimos una fotografía del empresario constructor José María Riobóo, dormido profundamente en una reunión en la que el equipo del próximo gobierno analizada los planes de infraestructura para el sexenio que viene.
¿Qué hacía ahí un constructor privado, en la toma de decisiones con el staff del presidente electo, en temas de infraestructura?
Como se sabe, Riobóo fue el contratista favorito del gobierno de López Obrador en el DF.
Y ahora lo tenemos en plena sesión del equipo de infraestructura del presidente electo.
Riobóo fue quien convenció a López Obrador y a Jiménez Espriú, próximo secretario de Comunicaciones y Transportes, de no concluir el aeropuerto en Texcoco y ampliar la base de Santa Lucía.
Después se supo que Riobóo concursó para los trabajos en el aeropuerto en Texcoco y perdió su proyecto.
El argumento con el que convenció a AMLO y a Jiménez Espriú de parar las obras en Texcoco y habilitar Santa Lucía para que funcione de manera simultánea con la actual terminal aérea en el Circuito Interior, es que donde se construye es un lago y se va a hundir.
Olvida Riobóo (a quien le gustaba tanto el aeropuerto de Texcoco que hasta concursó para participar en su construcción) que hay aeropuertos en el mar.
Olvida -tal vez desinteresadamente-, que eso se soluciona con tecnología y mantenimiento.
El actual aeropuerto -que proponen siga en funcionamiento- se hunde más de lo que ocurrirá con el de Texcoco.
Y el mantenimiento del aeropuerto en Texcoco será bastante más económico que el del aeropuerto actual.
¿A qué tanta necedad, sin bases técnicas?
El jueves se subió a la página electrónica del presidente electo el anteproyecto de la ampliación de la base aérea de Santa Lucía.
Todo el proyecto, que incluso ya tiene logotipo, está firmado por … el Grupo Riobóo.
Se ve mal, suena mal, huele mal, aunque el contratista José María Riobóo se duerma en las reuniones del equipo de planeación de infraestructura del próximo gobierno.
Javier Jiménez Espriú, detractor del aeropuerto en Texcoco e impulsor del proyecto de Riobóo, dijo que la decisión de que era viable ampliar Santa Lucía se tomó luego de un recorrido en tierra y un sobrevuelo por el lugar.
A ojo de buen cubero, pues.
MITRE, el organismo más prestigiado en temas de aeronáutica en el mundo, sin fines de lucro, del Tecnológico de Massachusetts, dictaminó que el proyecto de ampliar Santa Lucía para funcionar paralelamente al actual aeropuerto, era inviable.
Y que el aeropuerto en Texcoco es el correcto.
Si MITRE dice que Santa Lucía no es viable, las grandes aerolíneas difícilmente querrán aterrizar ahí.
La calificadora Moody´s alertó que la consulta pública que se plantea elevará la “incertidumbre” (palabra clave) en los planes, y si se cancela el aeropuerto en Texcoco se “afectaría directamente la inversión y el empleo”, y “podría descarrillar el impulso positivo del sector turístico mexicano”.
De entrada, se perderían 100 mil millones de pesos, en una obra que se paga sola.
¿Por qué la insistencia en Santa Lucía?
Se entendería dejar en manos del “pueblo sabio” una decisión política trascendental para la república, pero… ¿una técnica, altamente especializada?
¿A fuerzas quieren meter a Riobóo?
Tal vez no sea así, pero eso parece.